Cultura

Itinerarios de lectura: un manjar deliciosamente siniestro

Una visita guiada por "Las brujas" de Roald Dahl.

Por Nomi Pendzik

En la entrega pasada vimos el retrato de un personaje en particular (el de Gabriel Benincasa, en el cuento “La miel silvestre”, de Horacio Quiroga). Esta vez les traigo un retrato general, es decir, de un conjunto de personajes. Verán que se los caracteriza con rasgos específicos que todo el grupo comparte: sus integrantes son similares, y actúan y piensan de una misma y única manera.

¿Y quiénes son? Nada más y nada menos que “Las brujas”, nacidas del genio de Roald Dahl (1916 – 1990). Y aunque conozcan alguna de las películas que se filmaron sobre esta obra (Nicolas Roeg, Reino Unido – EEUU., 1990, y Robert Zemeckis, EEUU., 2020), les recomiendo fervientemente el libro. Como comprobarán a partir de los fragmentos que elegí —el comienzo de la novela y parte del tercer capítulo—, su lectura es hipnótica. Además, el final del original dista bastante de las versiones cinematográficas —y Dahl se enojó tanto con este cambio, que prohibió filmar nuevas adaptaciones mientras viviera.

No se confundan si les dicen que Dahl “escribe literatura infantil”. Tiene también excelentes novelas y cuentos para adultos —varios de ellos, adaptados para series como “Relatos de lo inesperado” o “Alfred Hitchcock presenta”—. Que haya ganado el Premio Andersen no significa que sea exclusivamente un autor para niños. El mejor ejemplo está en “Las brujas”: una cosa es que ese manjar les guste a los chicos, y otra, muy diferente, que sea “infantil” —confieso que algunas de sus páginas me dieron más miedo que “Drácula”—.

Dueño de un sentido del humor especialísimo y de una pródiga imaginación, políticamente incorrecto a todas luces —su inteligencia lo conminaba a cultivar dicha incorrección—, Roald Dahl es uno de los autores más personales y disfrutables del siglo XX. No se lo pierdan.

***

Las brujas de Roald Dahl

(Traducción: Maribel de Juan. Editor digital: Titivillus – ePub base r1.2)

Una nota sobre las brujas

En los cuentos de hadas, las brujas llevan siempre unos sombreros negros ridículos y capas negras y van montadas en el palo de una escoba. Pero éste no es un cuento de hadas. Este trata de BRUJAS DE VERDAD.

Lo más importante que debes aprender sobre las BRUJAS DE VERDAD es lo siguiente. Escucha con mucho cuidado. No olvides nunca lo que viene a continuación.

Las BRUJAS DE VERDAD visten ropa normal y tienen un aspecto muy parecido al de las mujeres normales. Viven en casas normales y hacen TRABAJOS NORMALES. Por eso son tan difíciles de atrapar.

Una BRUJA DE VERDAD odia a los niños con un odio candente e hirviente, más hirviente y candente que ningún odio que te puedas imaginar.

Una BRUJA DE VERDAD se pasa todo el tiempo tramando planes para deshacerse de los niños de su territorio. Su pasión es eliminarlos, uno por uno. Esa es la única cosa en la que piensa durante todo el día. Aunque esté trabajando de cajera en un supermercado, o escribiendo cartas a máquina para un hombre de negocios, o conduciendo un coche de lujo (y puede hacer cualquiera de estas cosas), su mente estará siempre tramando y maquinando, bullendo y rebullendo, silbando y zumbando, llena de sanguinarias ideas criminales.

«¿A qué niño», se dice a sí misma durante todo el día, «a qué niño escogeré para mi próximo golpe?».

Una BRUJA DE VERDAD disfruta tanto eliminando a un niño como tú disfrutas comiéndote un plato de fresas con nata.

Cuenta con eliminar a un niño por semana. Si no lo consigue, se pone de mal humor.

Un niño por semana hacen cincuenta y dos al año.

Espachúrralos, machácalos y hazlos desaparecer.

Ese es el lema de todas las brujas.

Elige cuidadosamente a su víctima. Entonces la bruja acecha al desgraciado niño como un cazador acecha a un pajarito en el bosque. Pisa suavemente. Se mueve despacio. Se acerca más y más. Luego, finalmente, cuando todo está listo… zass… ¡se lanza sobre su presa! Saltan chispas. Se alzan llamas. Hierve el aceite. Las ratas chillan. La piel se encoge. Y el niño desaparece.

Debes saber que una bruja no golpea a los niños en la cabeza, ni les clava un cuchillo, ni les pega un tiro con una pistola. La policía coge a la gente que hace esas cosas.

A las brujas nunca las cogen. No olvides que las brujas tienen magia en los dedos y un poder diabólico en la sangre. Pueden hacer que las piedras salten como ranas y que lenguas de fuego pasen sobre la superficie del agua. Estos poderes mágicos son terroríficos. (…)

En lo que se refiere a los niños, una BRUJA DE VERDAD es sin duda la más peligrosa de todas las criaturas que viven en la tierra. Lo que la hace doblemente peligrosa es el hecho de que no parece peligrosa. Incluso cuando sepas todos los secretos (te los contaremos dentro de un minuto), nunca podrás estar completamente seguro de si lo que estás viendo es una bruja o una simpática señora. Si un tigre pudiera hacerse pasar por un perrazo con una alegre cola, probablemente te acercarías a él y le darías palmaditas en la cabeza. Y ése sería tu fin.

Lo mismo sucede con las brujas. Todas parecen señoras simpáticas. (…)

Aunque tú no lo sepas, puede que en la casa de al lado viva una bruja ahora mismo.

O quizá fuera una bruja la mujer de los ojos brillantes que se sentó enfrente de ti en el autobús esta mañana.

Pudiera ser una bruja la señora de la sonrisa luminosa que te ofreció un caramelo de una bolsa de papel blanco, en la calle, antes de la comida.

Hasta podría serlo —y esto te hará dar un brinco— hasta podría serlo tu encantadora profesora, la que te está leyendo estas palabras en este mismo momento. Mira con atención a esa profesora. Quizá sonríe ante lo absurdo de semejante posibilidad. No dejes que eso te despiste. Puede formar parte de su astucia.

No quiero decir, naturalmente, ni por un segundo, que tu profesora sea realmente una bruja. Lo único que digo es que podría serlo. Es muy improbable. Pero —y aquí viene el gran «pero»— no es imposible.

Oh, si al menos hubiese una manera de saber con seguridad si una mujer es una bruja o no lo es, entonces podríamos juntarlas a todas y hacerlas picadillo. Por desgracia, no hay ninguna manera de saberlo. Pero sí hay ciertos indicios en los que puedes fijarte, pequeñas manías que todas las brujas tienen en común, y si las conoces, si las recuerdas siempre, puede que a lo mejor consigas librarte de que te eliminen antes de que crezcas mucho más.(…)

Cómo reconocer a una bruja

—Así que ya lo sabes —dijo mi abuela—. Eso es prácticamente todo lo que puedo decirte. Ninguna de esas cosas es muy útil. Nunca puedes estar absolutamente seguro de si una mujer es una bruja o no, sólo con mirarla. Pero si lleva guantes, si tiene los agujeros de la nariz grandes, los ojos extraños y su pelo tiene aspecto de ser una peluca, y si, además, sus dientes tienen un tono azulado…, si tiene todas esas cosas, entonces, sal corriendo como un loco.

—Abuela —dije—, cuando tú eras pequeña, ¿viste alguna vez a una bruja?

—Una vez —dijo mi abuela—. Sólo una vez.

—¿Qué pasó?

—No te lo voy a contar —dijo—. Te daría un miedo horrible y tendrías pesadillas.

—Por favor, cuéntamelo —rogué.

—No —dijo ella—. Ciertas cosas son demasiado horribles para hablar de ellas.

—¿Tiene algo que ver con el pulgar que te falta? —pregunté.

De repente, sus labios arrugados se cerraron con fuerza y la mano que sostenía el puro (la mano a la que le faltaba el dedo pulgar) empezó a temblar muy levemente.

Esperé. Ella no me miró. No habló. De pronto se había encerrado en sí misma completamente. Se había terminado la conversación.

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